martes, 21 de agosto de 2012


LA OBRA DE LOS “FILÓSOFOS NATURALES” que sacudió al mundo en la Revolución Científica había afectado sólo a un número relativamente reducido de élites cultas de Europa. En el siglo XVIII, esto cambió drásticamente cuando un grupo de intelectuales, conocidos como los filósofos, popularizaron las ideas de la Revolución Científica y las utilizaron para hacer un análisis radical de todos los aspectos de la vida. En París, capital cultural de Europa, las mujeres tomaron la iniciativa de reunir a grupos de hombres y mujeres para discutir las ideas de los filósofos.


En su mansión de moda, en la calle St. Honoré, Maríe-Thérese de Geoffrin (imagen), esposa de un rico comerciante, organizó reuniones que se convirtieron en la nota destacada de Francia e incluso de Europa. Extranjeros distinguidos, entre los que se contaron un futuro rey de Suecia y otro de Polonia, compitieron por recibir invitaciones.
Al visitar madame Geoffrin Viena, fue tan bien recibida que exclamó: "Soy más conocida aquí que a dos metros de mi propia casa" Madame Geoffrin era una anfitriona amigable, pero firme, que permitió discusiones de amplio criterio, siempre que se mantuvieran dentro del buen gusto. Al descubrir que los artistas no se relacionaban particularmente bien con los filósofos (los artistas eran irritables y los filósofos hablaban demasiado), celebró reuniones separadas. A los artistas se les invitaba sólo los lunes; a los filósofos, los miércoles. Estas reuniones no erán sino una de muchas vías para la difusión de las ideas de los filósofos. Y esas ideas tuvieron tan amplia influencia sobre su sociedad, que los historiadores han llamado desde entonces al siglo XVIII la Edad de la Ilustración.

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